No hubo sorpresa. Los resultados de los partidos de ida
fueron imposibles de remontar y la final de la Champions será toda alemana.
Nuevamente, el enfrentamiento soñado entre el Barcelona y el Real Madrid quedara para otra ocasión.
Sin embargo, la diferencia en la forma en la que ambos conjuntos abandonaron la
competición fue sideral.
En el duelo de vuelta Bayern/Barca no hubo historia, no
había ni una remota posibilidad para la épica desde el momento que se supo que
Messi no estaba para jugar los 90 minutos. Y el partido fue una continuidad del
duelo de ida: un Barca que se hacía con la posesión de la pelota pero sin
profundidad, ni velocidad para desordenar al Bayern que esperaba atrás, pero
apretaba en la zona media cuando la recibían Xavi o Iniesta y, cuando la
recuperaba, salía rápido por los extremos y generaba peligro inmediato en la
cercanía de Valdés. Cada pérdida del Barca era media ocasión de gol para el
Bayern. El conjunto alemán orientó sus avances por la derecha con el tándem
Lahm/Muller/Robben, más los apoyos de Schweinsteiger y Martínez. Y sino pudo sacar petróleo fue sólo por la
presencia de un imperial Piqué que, con la inestimable ayuda de Adriano y Song,
desbarató tres chances claras de gol y otras tantas aproximaciones.
De la mitad hacia adelante fue la nada absoluta. Javi
Martínez, de brillante eliminatoria, culminó su paliza definitiva sobre Iniesta
(tal vez, en la peor serie de partidos de su carrera, empequeñecido en un
contexto donde debía asumir responsabilidades), a quien asfixió cada vez que
recibía la pelota. Schweinsteiger, como siempre, abarcó muchas zonas del campo,
presionó sin balón y clarificó cada avance con sus toques. También es digno de
admirar el despliegue físico que hacen Muller, Mandzukic, Robben y Ribery para
colaborar en la defensa y luego salir disparados como gacelas cuando aparecen
los espacios. Por su parte, Villa volvió a ser humillado por otra pareja de
centrales de calidad y demostró que no está para estas batallas. El primer
tiempo terminó 0-0 por Piqué y el gol de Robben en el segundo terminó de
definir algo que ya estaba definido desde el instante que Messi se sentó en el
banco.
El Real Madrid estaba más cerca, por juego y por resultado.
Sin embargo, tenía una epopeya por delante. Y, a pesar de que parecía muy lejos
hasta el minuto 80, rozó la épica. No hubiera sido justo por el desarrollo de
la eliminatoria, pero hubiera sido histórico. Pero el Madrid creyó. Tuvo
momentos de gran fútbol, otros de desconcierto pero jamás bajo los brazos. Su
arranque fue fulminante, con presión alta, intensidad y velocidad, generado a
partir de la capacidad de Ozil, Di María e Higuaín. Hubo 15 minutos de dominio
en el que generó 3 posibilidades manifiestas de gol y aproximaciones de peligro.
Sólo los reflejos de Weidenfeller y el talento defensivo de Hummels protegieron
el 0. El central de la selección alemana venía de un error grosero en la ida y
necesitaba una reivindicación. Y vaya que la tuvo. Él sólo fue una muralla.
Dominó el juego aéreo, cortó pases, anticipó rivales, los superó en el uno
versus uno y, como si fuera poco, sacó la pelota del fondo con precisión y
elegancia.
Tras el empujón inicial, el partido cayó en un pozo. El
Borussia logró anestesiar el ritmo vertiginoso y redujo a nada el caudal de
ocasiones del Madrid en lo que restó de la primera mitad y, en varias réplicas
ofensivas, estuvo a sólo un pase de poner a un jugador de frente al arquero. Le
faltó la precisión de Gotze, a pesar de que contó con el desequilibrio de Reus.
Al Madrid le faltó intensidad y a Cristiano (de muy floja actuación) para
superar el bloque defensivo del equipo alemán y careció de variantes para
recuperar el juego de los primeros minutos.
En el segundo tiempo, el Borussia sí encontró los espacios
que dejó el Madrid en su búsqueda y dispuso de chances claras para definir la
eliminatoria, pero la faltó precisión y un poco de suerte. Lewandowski repitió
una actuación brillante, bajando mucho a recibir, dándole continuidad a las
contras, pero le faltó la contundencia de goleador que le sobró en la ida. Eso,
y que está vez lo marcó un brillante Sergio Ramos. Mourinho quemó las naves con
los ingresos de Kaká, Benzema y Khedira. Como resultado quedó más expuesto, ya
que las coberturas las hacían el alemán y Modric, pero consiguió encerrar al
Borussia cerca de su arco y redujo su margen para el contragolpe. Aun así,
Diego López tuvo que sacarle un tiro de gol a Gundogan.
Luego del gol de Benzema el partido se rompió. El Madrid,
impulsado por el fervor de su público, empujó con todo. El Borussia sintió
miedo por primera vez en la eliminatoria y aguantó como pudo. El gol de Ramos
parecía un preludio de la épica. Pero una lesión oportuna (o una avivada)
demoró en exceso la reanudación del partido y enfrió al Real en los últimos
minutos. Lo tuvo una vez más Ramos, pero su frentazo se fue cerca del palo. Merecido
triunfo y merecida final para este equipo alemán.
El potencial descomunal del Bayern lo catapulta como el
favorito de la final y el equipo a temer en el futuro inmediato. Pero al
Borussia de Klopp le queda una última mano por jugar y todo indica que será
inolvidable. Se fueron las semifinales y nos quedamos sin el Barca y el Madrid.
Poco importa. La final que se nos viene será histórica.
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